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Bella, cansada ya de tanto fracaso amoroso, y con la esperanza marchitada decidió cambiar de aires y empezar una nueva vida en la gran ciudad.
Consiguió un trabajo modesto de camarera, y alquiló un pisito pequeño pera acogedor y se dedicó a conocerse ella misma y a volverse a encontrar.
Aunque no por ello Bella dejó de desear encontrar a su príncipe azul, de hecho el día de su cumpleaños mientras soplaba las velas su deseo exactamente fue: "Un novio lamechochos para mi y para mis amigas". Ya veis que Bella no se daba por vencida.
No pasaron ni dos semanas cuando Bella conoció a Mufasa. Mufasa era un cliente del bar donde trabajaba, que se pasaba el ratito que tomaba el café mirando a Bella sin disimulo; y aunque al principio a Bella le había parecido descortés muy pronto empezó a hacerle gracia, ya que el chico estaba muy bien, a parte de ir siempre bien vestido, bien perfumado y muy correcto hablando.
Con Mufasa descubrió que hay chicos que se pueden poner mas cremas que una misma, que se depilan más zonas que una mujer (a Mufasa le gustaba depilarse el ano, de hecho cuando se duchaba se metía la esponja tan a dentro que no le hacía falta ninguna lavativa), y que hay chicos que les gusta ir de tiendas más que a cualquier señorita. Pero lejos de lo que pueda parecer Mufasa no era afeminado, Mufasa lo que era es muy pijo. Tan pijo que cuando acariciaba el clítoris a Bella parecía que estaba tocando el violonchelo, tan pijo que cuando hacía lo que más le gustaba a nuestra Bella parecía que su lengua se negaba de salir de su boca y solo sacaba la puntita. Tan pijo que hablar con el aburría más que el séptimo verano de Verano Azul.
En fin, como os podéis imaginar, duraron menos que un telediario.
Bella desesperada ya, y con cierto miedo a quedarse sola y a que se le pasara el arroz conoció a Florian, el chico del videoclub. Era más feo que pegarle a un padre. Pero era muy simpático y agradable. Tanto, tanto, tanto que a Bella le empezó a gustar, y empezó con el una bonita historia de amor.
Florian era un amor, era detallista, romántico, dulce, apasionado, comía la almeja como si chupara la cabeza de una gamba, se podría decir que tenía todo, menos claro está el poder mirarlo a la cara, pero eso a Bella no le importaba.
En un par de meses Bella estaba tan enamorada que ya dieron el paso de irse a vivir juntos. ¡Por fin! Por fin sonaban campanas de boda, por fin Bella había encontrado a su príncipe azul. Todo era tan bonito que no se lo podía creer.
Pero como todas sabemos, nunca es todo tan bonito, siempre tiene que haber algo, y Bella tardó poco en descubrirlo.
Resulta que los azulejos de la ducha eran círculos rojos en un fondo blanco. Y Bella se volvía loca con el amoniaco para limpiarlos ya que siempre estaban amarillentos, y la ducha olía mal... no tenía ni idea de lo que podía ser, y a Bella que le gustaba tener su casa siempre reluciente... este echo le estaba amargando la existencia. Hasta que desgraciadamente descubrió a que se debía. Resulta que a Florian le divertía mucho meterse en la ducha y mear apuntando el circulito como si de una diana se tratara. Bella no cabía en su asombro, el asco, la repugnancia, el asombro, la perplejidad, hacían mella en ella. Las justificaciones de Florian eran ridículas y de primaria. Florian se llegó a enfadar al sentirse incomprendido por Bella, se enfadó tanto que la dejó y se fue y nunca más volvió a saber nada de él.
Bella, derrotada, y desconsolada empezó a perder la esperanza.
Era la primera vez que la dejaban. Y la había dejado el feo. Y la había dejado el feo que se meaba en la pared. Que jugaba a apuntar a la diana del azulejo. Era para morirse. Para morirse de la risa.
Continuará...
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