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Bella y sus príncipes. Parte 1.

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Bella, a la que ya de entrada sus padres la sepultaron de por vida poniéndole ese nombre, era una chica normal, como todas las niñas nacidas en los años 80 había mamado desde Heidi, Marco, a todo el repertorio de Walt Disney: Dumbo, Blancanieves, La Bella Durmiente, La Bella y la Bestia (De ahí su nombre), La Dama y el Vagabundo, La Sirenita, El Rey León, Los Rescatadores en Cangurolandia, Aladdin, … vamos, se las había tragado dobladas. ¿Qué podemos esperar de esta niña inocente con semejante repertorio audiovisual? Pues como no, una “ilusa” como la copa de un pino. Mutilada de por vida en todos los aspectos de su vida. Y siempre fantaseando con su vida ideal, y preguntándose qué coño es lo que
 está haciendo mal.
Así era Bella, con sus 26 añitos había besado más sapos, y más príncipes desteñíos que la Estela Reinolds de “La que se Avecina”. Tenía la flor más deshojada que todas las margaritas a las que había preguntado:
- Me quiere? No me quiere? Me quiere? No me quiere?
-  Ohh si me quiere!!! Yujuuuu!!!
(O también cabía la posibilidad:)
-Mierda! No me quiere!!! Probaré con otra mejor!
Total que un día después de tantos fracasos amorosos decidió hacer un balance de todas las relaciones serias que había tenido para averiguar donde había estado el error.
Su primer novio Simba, era un chico rellenito y muy inseguro, que la había colmado de poesías, flores, y demás detalles. Sexualmente muy entregado, había buceado en los mares de Bella como buzo en el océano. Las inseguridades de Simba le llevaban a ser un “bien queda” sin personalidad y dar la razón a Bella en todo lo que ella decía solo para ganarse su amor y ser de su agrado, cosa que Bella tardó en averiguar pero a la que lo hizo la decepción la inundó por completo, ya que los cimientos de su relación estaban empapados de mentiras, y su pareja era un completo desconocido que se había hecho pasar por lo que no era solo para poseerla.
Ante esta adversidad en la vida, Bella sacó su coraje y tiró para delante. No pasaba nada. Muy pronto encontraría a su príncipe azul.
Entonces llegó Aladdín, el guaperas del barrio, tenía tanto musculo por todo el cuerpo que había tenido que utilizar “chicha” del cerebro para poder repartirlo. Con Aladdín a su lado Bella se sintió halagada, a la vez de envidiada. Pasear por las calles del pequeño municipio donde vivía con su encantador hombre la hacían la comidilla de las celosillas. Pero no por ello Bella estaba contenta, ya que su musculado hombre a parte de ser un creído de cuidado, pocas veces se bajaba al pilón. Cosa que acomplejaba y atormentaba a Bella. Mientras disfrutaban del acto a Aladdin le encantaba decir: - Toca mi tableta, mira que fuerte estoy, toca toca…  Y eso a Bella le echaba para atrás, incluso más que el echo de empacharse a plátano cuando el apenas tocaba su almeja. Y por si fuera poco que sexualmente se creyera el Dios de los dioses y necesitara continuamente alabanzas y decirle lo guapo que era, encima era más tonto que un zapato. Con el solo podía hablar de coches, futbol, motos y gran hermano; cosa que Bella una chica con culturilla general no pudo soportar y lo tuvo que dejar.
Después de esta relación traumática Bella decidió que nunca saldría con un hombre que no le comiera lo de allí abajo como es debido. Y prosiguió su búsqueda esperanzada de encontrar por fin al que sería su príncipe azul.
Y así apareció Felipe, una rata de biblioteca. Harta de las pocas neuronas que tenía Aladdín y deseando encontrar todo lo opuesto, allí estaba Felipe con sus gafas de culo de botella y su libro de tamaño enciclopedia. Con Felipe aprendió muchas cosas, pudo hablar de muchos temas, y culturizarse más en algunos en los que no tenía ni idea. El problema de Felipe era que no callaba ni debajo del agua. Incluso cuando hacían el acto le gustaba compararlo con el teorema de Pítagoras, eso sí Felipe le comía la hipotenusa como era debido. Pero Felipe cansaba y cansaba tanto hablar, y llegó el día que Bella se dio cuenta que cuando comía sopa sorbía como un condenado, y el ruido le empezó a molestar. Se dio cuenta que los ronquidos de Felipe le hacían reventar los tímpanos. Se dio cuenta que cuando le besaba le olía el aliento a culo de mofeta. Y de repente sin haberlo propiciado empezó a cogerle tal manía a Felipe que tuvo que dejarlo.
En fin, cada vez la cosa estaba más difícil, ya que con cada relación fracasada Bella se volvía más y más exigente. Ahora Bella no quería un chico inseguro que no tuviera personalidad, ni un chico guaperas sin cerebro, ni un creído, ni un parlanchín sabelotodo…
¿Qué quería Bella? ¿Qué esperaba encontrar?
Su madre no se cansaba de repetirle que todos a los que había dejado eran buenas personas, y de buena familia, que tenía que dejar de ser tan exigente y de buscar la perfección.
Pero Bella lo tenía muy claro, no se iba a conformar con menos. Ya que buscaba la perfección porque ella era la Perfección.



Continuará…


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