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Relato: De Pequeño.

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De pequeño me gustaba saltar, saltar y correr persiguiendo mariposas o bichejos imaginarios.
Mis padres Ursula y Pedro eran gente adinerada, recuerdo a mi madre y a sus brillantes alrededor del cuello, en las muñecas, los dedos, le gustaba ir llena de joyas aunque solo fuera a comprar el pan.
Vivíamos en una gran mansión con un bonito jardín, me encantaba morder las flores y deshojarlas, cosa que a mi madre no le hacía ninguna gracia y me reñía y castigaba constantemente.

Lo más traumático que recuerdo de mi infancia es ver a mis padres comiendo platos deliciosos que preparaba la sirvienta y dejarme a mi a parte comiendo porquería inmasticable que guardaban para mi.
Nunca me sentí querido... nunca me trataron como a un hijo, siempre iba a parte.
Cuando paseaba por la calle con mi madre no me dejaba ni entretenerme un ratito si encontraba algún amigo, tiraba de mi de mala manera para que aligerara el paso, no me daba ni tiempo a despedirme.
Esa era mi vida, y nunca me plantee si era feliz o no, simplemente era a lo que estaba acostumbrado.
De repente, del día a la mañana, todo empezó a cambiar... mi padre (al que apenas conocía ya que siempre estaba fuera trabajando) comenzó a estar siempre en casa. El eco de los gritos retumbaba siempre en la mansión. Mis padres no paraban de discutir, mi madre lloraba, empezaron a desaparecer cosas de la casa, junto a las joyas de mi madre...

Si antes me hacían poco caso, ahora menos. Ya ni siquiera me llevaban a pasear. Hice varios intentos de acercamiento, pero me rechazaban constantemente haciéndome sentir un despojo.
Una noche mientras dormía tranquilamente vino mi padre a verme. Me acarició suavemente la cabeza y me cogió en brazos. Me sentí más querido que nunca y me alegré al pensar que quizás las cosas iban a cambiar. Quizás se había dado cuenta de lo que ansiaba su cariño, y había llegado el momento de mimarme como el hijo que era.
Entonces me llevó al coche y me subió. Me quedé perplejo, nunca había montado en coche y no era normal que a esas horas mi padre decidiera llevarme de paseo.
Encendió el motor y comenzó a conducir sin mirarme, con la vista en la carretera frunciendo los labios. Cuando ya llevábamos una media hora de trayecto de repente frenó. Abrió mi puerta y me empujó. Seguidamente aceleró perdiéndose en la oscuridad de la noche.
Me quedé atónito en el arcén, inmovilizado de la impresión. No podía ser. Seguro que volvería. ¿Por que?. No entendía nada.
Cuando tuve la suficiente fuerza para asimilar lo ocurrido reaccioné, y corrí despavorido a buscar algún lugar donde refugiarme. No había nada, solo carretera o monte. Me decanté por el monte.
No sé cuanto tiempo pasé, bebiendo de pequeños charcos que hallaba en mi camino, comiendo hierbas e insectos, me faltaban las fuerzas para seguir caminando hacia ningún lugar.
Cuando entonces me encontraron. Dos señores en una furgoneta, me cogieron y me llevaron aquí.
El suelo de frío cemento lleno de pipís, y los barrotes estrechos que rodean la jaula donde estoy me hacen pensar que estaba mejor con mis antiguos "papás".
Solo espero que de toda la gente que a veces vienen a vernos y se llevan a alguno de mis compañeros alguien se fije en mi y pueda dar todo el cariño que nunca me han dejado dar.
Toby

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